De milagro en milagro – Edgar Negret
Octubre 2022 – Enero 2023
Desde los años cincuenta del siglo pasado se activó un movimiento plástico que aceleró de manera notable el proceso del arte contemporáneo entre nosotros. Alejandro Obregón inició la pintura moderna en Colombia acogiendo como su temática esencial la geografía, la flora y la fauna de este país, mientras que Édgar Negret, entonces residente en New York, con sus “Magic Machines” (que debieron haberse traducido como “Máquinas Mágicas”) y sus “Kachinas”, cantando la estética y la magia de la máquina y la herencia indígena, fundaba la escultura contemporánea en Colombia y en América Latina, aspecto que no ha sido todavía estudiado, valorado y difundido en justa medida.
Su período de New York tan importante para la evolución de su arte, cuando adoptó el aluminio como soporte fundamental para sus obras, separándose de los materiales tradicionales usados hasta entonces en la escultura como la madera, la piedra, el bronce, el hierro, que usaban las técnicas de la talla, el modelado, el vaciado, la fundición, la fragua, la soldadura, mientras él creaba su obra cortando, doblando, curvando y amarrando con tuercas y tornillos, en un juego creativo bello y maravilloso. Esas imágenes de alta complejidad formal y constructiva donde la imaginación loca era sostenida con tuercas y tornillos con una exactitud de ingeniero y el detalle minucioso de un orfebre.
Negret crea máquinas. Y las crea con la misma materia de las máquinas: metal, tuercas, tornillos… y las pinta con colores saturados y planos como se pinta un barco, un automóvil, un helicóptero: rojo, negro, blanco, azul, amarillo. No las pinta, como piensan algunos críticos, para ocultar el material. Si quisiera ocultarlo suprimiría las tuercas y los tornillos que lo delatan constantemente. La pintura es parte integrante de la función y estética de la máquina: protege el metal y lo embellece, y le confiere una temperatura precisa a cada escultura. Pero su lección no ha sido sólo poética. Ha sido, sobre todo, humana, ética. La ética no es un tratado, no es una técnica. La ética se hace evidente en la acción, en el obrar, en el hacer. «Ya no es sólo búsqueda estética, sino, también, encuentro ético. […] Sólo el gran arte es ético. Surge desde su origen como una necesidad expresiva. Y su fuente -la fuente de la que se nutre- no es lo exterior sino lo entrañable. No lo extranjero sino lo íntimo. Surge del ser y se afirma creando su propio terreno y fundando su propia verdad» (Antonio Montaña). Sus raíces, profundas y vivas, no proyectan sombras. Y como un ser verdaderamente ético, el hombre y el escultor caminan abrazados por el mismo sendero.
“Yo nunca entendí ni el triángulo ni nada de la geometría. Porque aquí casi todos los escultores han sido antes arquitectos. Recuerdo que al final empecé a dibujar brazos, y de golpe encontré esa maravilla de coincidencias: que la línea que empujaba un lado del brazo se expandía del otro. Entonces ya era un terreno abstracto, ya era un terreno concreto para mí. Ya sentía yo el volumen y la forma desde un punto de vista no-figurativo, de no-copia. Eso me preparó para un tipo de escultura distinta. Esta cosa orgánica que yo necesito, que una forma nazca de la otra, eso no aparece en la geometría.”
Samuel Vásquez – curador
